¿Por qué nos cuesta tanto darnos placer?

¿Por qué nos cuesta tanto darnos placer?

Algo que me fascina del cuerpo de la mujer es la inmensa capacidad que tenemos de sentir placer. Y algo que me sorprende es lo poco que nos lo permitimos.

Estamos diseñadas para el placer. Lástima que no seamos conscientes de ello.

Si hay una característica que se repite en muchas de las mujeres a las que acompaño es el poco gustito que se regalan en su cotidianidad, y no me refiero solo a la frecuencia con la que se masturban, sino a la actitud de permitirse aquello que necesitan o les apetece.

Las mujeres somos nutricias y cuidadoras por naturaleza. Nos entregamos a proveer a los demás, mermando todo intento de poner el foco hacia una misma, y aunque eso nos fastidie tiene mucho sentido. A ver, ¿acaso tu madre te explicó alguna vez cómo darte gustito? ¿Alguna vez has visto a tu madre o abuela regalarse un ratito de relax, ponerse ella la primera de la lista, priorizar sus necesidades en detrimento de las del resto de la familia? ¿Te han alentado a pensar en ti siempre y buscar tus beneficios y bienestar, o la objeción siempre era el “qué dirán”? Si solo hemos mamado entrega y el tergiversado cuento del amor incondicional, ¿quién nos enseña a priorizarnos un poquito?

Nos toca a nosotras. Porque para darte placer te has de sentir merecedora de él.

Para darte placeres te has de sentir digna de recibirlos

El orden lógico sería el siguiente:
Te amas. Te priorizas. Te sientes digna y merecedora de los regalos de la vida. Te los das.

Así que la respuesta a por qué no nos damos placeres queda clara: porque no nos queremos lo suficiente. Mientras eres joven y sin demasiadas responsabilidades vives más conectada al placer (los niños son auténticos buscadores -y halladores- de placer en TODO, solo hay que observarlos), pero a medida que creces, y especialmente si tienes pareja y/o hijos, la dedicación a una misma se va desdibujando hasta desaparecer. Demasiadas obligaciones abarrotando la agenda como para “osar” reservar un espacio para ti. No vaya a ser que te lo disfrutes, te guste, ¡y se te ocurra querer más!

Es el sutil legado que hemos heredado la mayoría de nosotras. Mi madre me transmitió valores estupendos, era una grandísima mujer, pero… entregada, silenciada, discreta y sumisa. Era la última de la lista. Yo, de carácter mucho más guerrero y rebelde que ella, pensaba que no iba a seguir sus pasos. Me equivoqué.

Unos diez años después de su muerte, al parir a mi hijo, se activó el modo maternidad y se pusieron en marcha unos mecanismos hasta entonces desconocidos para mí. Si estando en pareja ya me costaba escuchar mi propia voz, ¡imagina cuando entró en escena el cachorro! Ya eran dos por delante de mí. Es cierto que la maternidad conlleva algo de eso, porque te nace y porque te da la gana, pero mereces y necesitas dedicarte un espacio porque si tú no estás bien, tu entorno tampoco lo estará. Esto es especialmente relevante si eres madre de una niña: si no le enseñas tú ese ejemplo, heredará el mismo mensaje que aprendimos nosotras sin querer.

Puedes cambiar tu relación con el placer

¿Te ha pasado lo mismo?
¿Jamás te han enseñado a mimarte y ponerte en primer lugar?
¿Te sientes culpable si te mimas un poquito y te das un gusto?

¿Deseas aprender a incorporar el placer en tu día a día sin remordimientos?
¿Quieres sentirte merecedora de una vida intensa y gozada?

Trabajar tu Inteligencia erótica (mente) y tu energía sexual (cuerpo) potenciará tu capacidad de conexión con la vida y el disfrute. Porque te lo mereces.

Ábrete a la vida: conquista tus miedos

Ábrete a la vida: conquista tus miedos

“La vida solo se puede vivir peligrosamente; no hay otra forma de vivirla. Solo a través del peligro, la vida crece, alcanza la madurez. Uno tiene que ser aventurero, estar siempre dispuesto a arriesgar lo conocido por lo desconocido. Y cuando uno ha catado la dicha de la libertad y la temeridad, nunca se arrepiente porque entonces sabe lo que significa vivir en lo óptimo. Entonces uno sabe lo que es quemar la antorcha de su vida por ambos extremos a la vez. Un simple momento de esa intensidad es más gratificante que toda una eternidad de vida mediocre.” (Osho)

Navegando sin faros. A la deriva.
Amenazada y herida.
Sin caminos ni atajos.
Ésas eran las directrices de mi plan de vuelo…

Inquietante sensación la de querer aferrar la realidad, encadenarte a la tierra, pretendiendo asentarte, agarrar, mantener, no perder… No perder… En lugar de pensar en ganar.

Sin riesgos no hay avances.
Mis pies solo conocían el sendero del miedo.
Repitiendo caminos de lluvia, embotados, embarrados.
Sin principio ni final.

Una espiral de desasosiego y dolor, una lacra.
Ahí me movía yo, ahí danzaban mis días. En la más negra oscuridad.

Y de pronto una puerta se abre. Adivinas algo parecido a la ¿luz? Sí, debe de ser luz. Y no te atreves ni a mirar. Seguro que lo que hay más allá es dolor, otra oscuridad. Mejor me quedo aquí, mascando llanto y desesperanza. Tampoco se está tan mal… ¿A quién le importa

La vida es riesgo

“He decidido arriesgarme y probar, y he tenido suerte”.
“Es lo que ocurre siempre que arriesgamos”, me contestó él.

Cuando arriesgas, ganas.
Cuando arriesgas, estás vivo.
Porque la Vida es riesgo, inseguridad. Y la vida encuentra siempre su cauce, si arriesgas, si le permites que sea, que exista. Si le das la opción, solo ocurrirá lo que ha de ocurrir. Y siempre será bueno. No puede ser de otro modo.

Ése fue el primer aprendizaje de mi nueva vida, cuando un tsunami arrollador en forma de divorcio no deseado descompuso las estructuras de mi mundo. 

Ahora, pasados ya unos años, recuerdo con cariño cuando, en medio del caos, fui muy valiente. Muy muy valiente. Me enfrenté a tres de mis miedos más feroces, esos que me privaron de muchas risas y libertades, esos que me estaban aniquilando tan lentamente. Los que lo mataron casi todo.

En aquel momento apenas era consciente de lo que estaba haciendo… Solo pretendía huir, por primera vez hacia adelante. Y LO HICE. Miré a esos miedos a los ojos, me perdí en las pupilas de la incertidumbre, lloré mares, dejé que el dolor me acunara… Y lo superé. Confieso que incluso me gustó verme tan radiantemente rota, recomponiéndome a mí misma. Me sentía más viva que nunca.

Luego vino la calma. Las palabras, las conexiones, la comprensión, la apertura… Y todo se precipitó. Y empecé a VER.
Un nuevo horizonte. Fascinante.
Arriesgué, a pesar de mis miedos, acompañada por mis miedos, y empezaron a llover regalos.

El amor como antídoto del miedo

¿Pero cómo conseguir fluir cuando te tiemblan las entrañas? ¿Cómo abrirle la puerta al miedo, invitarlo a pasar y dejar que sea tu maestro?
El temido miedo… Que bloquea almas y las marchita. Arranca los pétalos uno a uno, te quita el aliento, te arrebata el aire.
El miedo es inherente a la vida, no lo podemos eliminar. Sólo podemos comprenderlo, acogerlo sin juzgar, sin tensiones. Fluir.
Potenciar el amor y envolvernos de él, que crea, ensalza y amplía miras. El amor es nuestro aliado.

Y confiar… Que nuestras agallas pueden más que cualquier miedo.

El riesgo es vida. La vida es riesgo.

Abre las ventanas. Permite que el amor crezca y rebose. Abraza la realidad.

Arriesga. Ama con todas tus fuerzas. Y avanza.

Conectar con el corazón

Conectar con el corazón

El maestro siempre es el corazón

Que no te engañen. El maestro siempre es él.  

Cuando la ira y el enfado tiñan de oscuro tu realidad, inundándote las entrañas de alquitrán y llenando de escarcha tus venas… Recuerda que la respuesta está en tu pecho.

Escucha las alarmas antes de que la rabia te anegue por dentro, arrasando toda chispa de felicidad, bloqueando las compuertas de la plenitud, estancando toda emoción y privándola de movimiento.
Que entre la luz en ese espacio muerto, que entre la luz y bañe cada recodo. Una lengua de fuego lamiendo impurezas inertes, limando vértices y suavizando el vacío que nunca debió de ser. Ensanchando el terreno que siempre perteneció al amor. Una amargura constante esparciendo semillas de rencor en cada poro de mi piel, envenenándome en silencio. Tan en silencio que no me di cuenta hasta que sus tentáculos habían alcanzado mi esencia más profunda, esa característica que me definía y que llevaba grabada a fuego: el amor.

“Eres amor”

Así me habían llegado a definir.

Hasta que ya no te queda nada. Hasta que, sin saber cómo, has agotado los pétalos y a la rosa solo le quedan espinas. Y empiezas a sangrar sin ser consciente de la sedación emocional que te está invadiendo. Lo ahoga todo, adormeciendo cada latido hasta hacerte percibir que ni tan siquiera eres tú quien está viviendo tu propia vida. Es otro, alguien que, bajo los efectos de la anestesia más fiera, transita por la existencia con la ligereza de quien se sabe prescindible.
“Aquí hemos venido a pasar… de puntillas si es posible”. Sin más.
Como el hombre de hojalata, recorriendo el sendero en busca de un corazón. Al menos él sabía lo que necesitaba para volver a latir en todos los sentidos.

Mi ceguera ha sido tal que entendía el vacío como un mero episodio de mi vida, sin comprender el origen de mi dolor. Desgarrada por dentro, con heridas abiertas resecas de tanto añorar. Meses vagando entre burbujas, aislada de cualquier emoción, contemplando sin asombro el devenir de los días, carentes de sentido y revestidos de ausencia. Ausencia, la mía. Ausencia de no ser, de no estar, de no figurar, de haber desaprendido a respirar. Ingrávida y desaparecida, como si mi vida no fuera conmigo, como si no hubiera amaneceres que oler ni besos que regalar. Hueca.

Y un día una caricia te revienta desde dentro.
Rozas otra piel herida y recuerdas que tus dedos una vez fueron magia.
Y curaban.
Trazabas caminos imaginarios sobre otros cuerpos y el calor que irradiabas tejía espacios y remendaba agujeros… Zurciendo caricias que aquietaban el alma.

Recuerdas que tenías el corazón abierto. De par en par. Centro, cuna y regazo de tu vida. Centro proveedor de vitalidad. El principio de todo. Puerto, puente y balcón al mundo.
Recuerdas que hubo una época en que solo te ocupabas de amar a diestro y siniestro. Y que eso te daba raíces y alas a partes iguales. Que no necesitabas amarres ni nudos porque tenías el refugio en mayúsculas anidado en tu pecho, y eso era suficiente para vincularte contigo y con el resto del mundo.

Que cuando te tienes, nada echas en falta.

Abrir el corazón de nuevo y percibir el fluir de la sangre otra vez, mis venas cobrando vida y el calor sonrosando mis mejillas. Cambiándome las gafas para VER…
Sentir que vuelves a ser tú, auténtica tú, y que otra vez se está a gusto en tu piel.
Sentir que no hay necesidad de ir a ninguna parte, que ya no hay que huir, que así se está bien, que tu corazón, que de nuevo late, marca el camino. Por aquí sí que vamos bien…

Qué ganas tenía de volver a casa.

Cómo disfrutar del sexo: conocerte para tenerte

Cómo disfrutar del sexo: conocerte para tenerte

Este blog no va (solo) de sexo

Este blog va del camino que has de recorrer para llegar a disfrutar del sexo.

Porque gozarse no es una cosa que aprendamos de un día para otro. No basta con saber ubicar el punto G ni se trata de adquirir el último vibrador del mercado. Y desafortunadamente tampoco es una aptitud que la mayoría de mujeres tengamos de serie.

A disfrutar del sexo se aprende. Porque con todos los prejuicios que te vienen a la cabeza cuando te desnudas. Vienen con las dudas que te asaltan cuando te entregas, con los tabúes que se esconden entre tus piernas… Con todas las mentiras que te han contado, ¿cómo vivir una sexualidad desinhibida y tuya?

Tantos años escuchando que has de ser buena, obediente, recatada, virgen, pura, madre (¡sobre todo!), altruista, callada, sacrificada, entregada, abnegada… Tanta sumisión nos ha cosido las entrañas y nos ha tallado a todas siguiendo el mismo patrón. Nuestra cultura es una fábrica de muñecas en serie.

No digo que sea fácil. Sólo digo que se puede. Y que es genial conseguir saltar esa barrera y descubrir lo que hay más allá.

Se puede.

Y por eso he escogido dedicarme a esto. Porque si yo lo he logrado, tú también puedes. Y porque se está más a gustito en esta orilla, créeme, y desde niña he tenido la ilusión de que las mujeres se gobiernen desde su vagina. De niña no lo expresaba con esas palabras pero te aseguro que ese anhelo era el que me latía adentro. Sentirte bien en tu piel. Conquistar tus curvas. Conocer el color de tus deseos. Atreverte a ser genuinamente tú, quererte tantísimo como para decir “basta”, “hasta aquí” o “ya no, ahora no” cuando así lo sientas.

Escoger tu propio camino y disfrutarlo

Yo también tuve que hacer mi proceso para llegar aquí, y te aseguro que no fue en dos días. Porque para coger las riendas de tu sexualidad hay que soltar unos cuantos lastres y conquistar algunas banderas. Empezando por la de tu soberanía.

Enfrentarse (que no superar) a algunos miedos para poder avanzar hacia ti. Abrazarte y tenerte.

A menudo las hostias que te da la vida te llevan a replegarte en ti misma, a recluirte en tus espacios y no querer salir de allí. Yo me llevé algunas sacudidas importantes siendo bastante joven, y aún a veces me sigo lamiendo esas cicatrices… Todo deja huella. Ahora bien, cuando la vida te zarandea para mí no queda más opción que echar mano del coraje que las mujeres atesoramos en nuestros ovarios (¿no es ahí donde tenemos las agallas?) y seguir adelante. Y si te dan ganas de rendirte, permítetelo solo un ratito, muérete un poco, y después no queda otra que renacer. Siempre es más interesante aprovechar esas bofetadas para esculpirte, moldearte y hacerte más fuerte (no puedo negar la energía ariana que me sostiene). Las hostias te conectan con la Vida. La de verdad, quiero decir.

Disfrutar del sexo requiere haberte conocido y quererte primero

Para ello has de ser la Mujer que siempre has querido ser y a la que rara vez das permiso para que aflore. Me pregunto qué hubiera sido de nuestro placer si de niñas nos hubieran mencionado a Lilith en lugar de a Eva… (En este enlace aprenderás cómo despertar a Lilith).

Para aprender a gozarte y ser asertiva en la cama, para saber qué te enciende y qué te desconecta, para impedir que te traten a su antojo. Para evitar que jueguen contigo o te lleven a las arenas movedizas de la indiferencia, tienes que saber quién eres y qué te late en el corazón y en la entrepierna. En ambos sitios.

Han sido años de aprendizaje. Muchas lágrimas vertidas en almohadas, una sensación de vacío cristalizándote el alma, sensación de no pertenencia (no al otro, sino a ti, y esa es la que más duele…). Ir por ahí dando tumbos, regalando placeres y orgasmos, facilitando buenos momentos. Te entregas sin siquiera tenerte. ¿Cómo puedes darte a los demás, cuando no eres dueña de tu coño? ¿No sabes cómo lates por dentro, y vas al encuentro de otro cuerpo aún más abandonado y hueco que el tuyo, ansiando encontrar ESA conexión que te haga tocar el cielo?

Rompe cadenas, suelta lastres, reclúyete en ti y observa el tesoro en tu piel… Entrégate a lo que te hace vibrar, déjate sentir, da rienda suelta al sinfín de terminaciones nerviosas que hilvanan tus tejidos. Y en ese espacio, siente cómo conquistas ese sexo precioso que nunca te han sabido dar a conocer. Ese del que solo te han hablado mal, el que tiene tan mala prensa. Reconquista tu cuerpo y siente como nunca antes habías sentido… Entonces, y solo entonces, te tendrás. Y podrás conocer el auténtico sabor del sexo disfrutado.

El sexo tendrá otro color.

Será magia.

Y será tuyo.